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Para vivir...

. . . Hace falta vivir. Creo que no deberíamos olvidarlo. A.

lunes, 25 de marzo de 2013

La mujer solitaria.

Es una chica más como otras. Pero los niños cuando la ven la llaman la mujer de la nieve. Solo se la ve en épocas de frío, justo cuando caen los primeros copos de nieve. Tan bella y misteriosa se la ve caminar, siempre con algo rojo, algo rojo que destaca sobre la fría y blanca nieve. Aunque aquella mujer es tan blanca y fría como la misma nieve. Siempre se le ve caminar sola, observa a los niños patinar sobre la nieve.

Ella solo cierra los ojos y recuerda como una vez, siendo niña disfrutaba de su infancia, patinando de un lado a otro, sintiéndose la más dichosa del mundo. Era su estación del año favorita. Invierno.

Respira profundo, le gusta, el invierno puede ser la mejor época y a la vez la más solitaria de todas. Cierra los ojos y da vueltas, la gente la observa como si estuviera loca, pero ella ni se inmuta.

Ella camina, sola, y observa a su alrededor extrañas parejas; el panadero, que ahora está saliendo con la vendedora de flores del pueblo... esto le hace sacar media sonrisa, ya que el panadero le parece algo rechoncho y gracioso... y sigue pensando... en lo solitario que se ha vuelto el invierno para ella.
Busca algo, pero no sabe lo que es hasta ese mismo momento, ve a una pareja de ancianos sentados sobre un banco, mientras comen castañas y conversan, relajados, divertidos... se quieren, se miran con amor, incluso con pasión aún. Y rompe a llorar. ¿Alguna vez ella encontrará a alguien a si? ¿ A alguien con quien compartir su vida?

Se seca la pequeña lágrima rebelde con disimulo, la maldice y da media vuelta. Se dirige a su casa. A su pequeño hogar. Está decorado con cosas antiguas; el reloj cucú de su abuelo, las tazas de porcelana de su abuela... le dan sensación de hogar, de seguridad, al igual que cuando era niña y entraba en casa de su abuela y olía a galletas recién hechas... 
Ahora solo olía a sopa de lata, ya que no era buena cocinera que digamos... Pero lo intentaba remediar yendo a clases de cocina. Y su gato wisky, que le hacía compañía. Le gusta también su delicado ronroneo. Cada cosa de su pequeño y acogedor hogar estaba como debía estar, incluso el gato.

Mientras, emergida en todos esos buenos momentos y sensaciones, se quita la chaqueta y va hacia la cocina a prepararse un delicioso café, que por suerte, para eso no hacía tanta experiencia, aunque nunca sería como el de su querida abuela... vuelve a sonreír para ella misma. Toma la taza caliente entre sus delicadas y blancas manos.

El café siempre la reconfortaba en una larga época de frío invierno.



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