
Respira profundo, le gusta, el invierno puede ser la mejor época y a la vez la más solitaria de todas. Cierra los ojos y da vueltas, la gente la observa como si estuviera loca, pero ella ni se inmuta.
Ella camina, sola, y observa a su alrededor extrañas parejas; el panadero, que ahora está saliendo con la vendedora de flores del pueblo... esto le hace sacar media sonrisa, ya que el panadero le parece algo rechoncho y gracioso... y sigue pensando... en lo solitario que se ha vuelto el invierno para ella.
Busca algo, pero no sabe lo que es hasta ese mismo momento, ve a una pareja de ancianos sentados sobre un banco, mientras comen castañas y conversan, relajados, divertidos... se quieren, se miran con amor, incluso con pasión aún. Y rompe a llorar. ¿Alguna vez ella encontrará a alguien a si? ¿ A alguien con quien compartir su vida?
Se seca la pequeña lágrima rebelde con disimulo, la maldice y da media vuelta. Se dirige a su casa. A su pequeño hogar. Está decorado con cosas antiguas; el reloj cucú de su abuelo, las tazas de porcelana de su abuela... le dan sensación de hogar, de seguridad, al igual que cuando era niña y entraba en casa de su abuela y olía a galletas recién hechas...
Ahora solo olía a sopa de lata, ya que no era buena cocinera que digamos... Pero lo intentaba remediar yendo a clases de cocina. Y su gato wisky, que le hacía compañía. Le gusta también su delicado ronroneo. Cada cosa de su pequeño y acogedor hogar estaba como debía estar, incluso el gato.
Mientras, emergida en todos esos buenos momentos y sensaciones, se quita la chaqueta y va hacia la cocina a prepararse un delicioso café, que por suerte, para eso no hacía tanta experiencia, aunque nunca sería como el de su querida abuela... vuelve a sonreír para ella misma. Toma la taza caliente entre sus delicadas y blancas manos.
El café siempre la reconfortaba en una larga época de frío invierno.
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